26 de junio de 2014

Un poema de James Tate


QUE SE JODAN LOS ASTRONAUTAS

I

A la larga tendremos que juntar las pesadillas
me espetó un ángel que fumaba un cigarrillo
en los escalones del último banco nacional.
La hago callar con el pulgar. No me hace falta
tanta palabrería tengo mis propios problemas.
Era algo triste, emocionante, y horrible.
Era algo emocionante, horrible, y triste.
Era algo horrible, triste, y emocionante.
Era algo incitante, disparatado, y vergonzoso.
Era algo adorable, alegre, y tentador.
A la larga tendremos que fumarnos un pulgar
palabrería tengo mi propio ángel
en los escalones de los problemas el banco
me espetó no me hace falta.
Me llevaré esta ventana de aquí
con sus mapas de hollín y arañazos
para que mis sueños se recuerden
unos a otros y para que a mis ojos no
los acabe cegando el nuevo mundo.

II

Las llamas ni bailan ni culebrean.
Han pintado la habitación de verde.
Hermosas y desnudas, las esposas
duermen frente al fuego.
Ahora está apagado. Los hombres
han vuelto a las casuchas,
asesinadas criaturas del suelo
del bosque entre sus blancos
furgones. Prácticamente eso
es todo, dice el otro,
vaciándole a la mujer
su cubo encima. Bueno, supongo
que lo tenemos todo, dice uno,
rebuscando por entre el barro,
como si fuera un niño.
Ahora recuerdan que quieren
ese barro, que no puede acordarse
para qué se han reunido.
Lo dividen en parcelas: cuando
están lo suficientemente borrachos
se marchan a la ciudad con
un cubo de barro, diciendo
podemos seccionarlo y meterlo
en un molino como una vaca hinchada.

Más tarde, pintan el interior
de la choza de negro,
y se sientan a papar moscas toda la noche,
quieren algo que sea real, útil,
pero no hay nada.

III

Voy a diseñar el amanecer
han desmantelado nuestras sombras
nuestros ecos se han borrado de los muros
tus pezones son esqueletos de aceituna
tus pezones son una delicia oriental
tus pezones se vuelan como el papel de fumar
tus pezones son la boca de los mudos
así que yo ya no sigo aquí
madeja de rayos
la tinta oscura de la memoria en tu última sonrisa
donde las estrellas se han tragado su horario de trenes
donde las estrellas se han ahogado con sus oscuras enaguas
como una suela de hamburguesa
recibiendo el rayo
directo en su clítoris
rojo sobre rojo el prisionero
confiesa su vals
a través de la espiral del rayo
olvídate del rayo
en tus dientes bailemos un vals
soy la máquina de pinball de hachís
que viola los pianos.

(James Tate, Selected Poems, 1991)
(Traducción de Andrés Catalán. El original, aquí.) 

(Otro poema de Tate en el blog de Jordi Doce, aquí.)








22 de junio de 2014

Un poema de Robert Pinsky

Acaba de aparecer en Vaso Roto Ginza Samba: Poemas escogidos, una selección de poemas del norteamericano Robert Pinsky que he traducido junto a Luis Alberto Ambroggio. Como ya he hablado otras muchas veces de Pinsky (aquí), me limitaré a compartir un poema del libro como invitación a adentrarse en una obra que me parece fascinante.

LA CIUDAD

Vivo en la pequeña aldea del presente
pero últimamente ya no sé cómo se llaman mis vecinos.
Más y más a menudo paso mis días en la Ciudad:

la gran metrópolis en la que puedo tener la esperanza
de vislumbrar imponentes espíritus cruzando la calle,
almas resistentes como la cucaracha y el pez pulmonado.

Cuando era joven, vivía en una aldea diferente.
Teníamos desfiles: el circo, el fuerte cercano.
Y el rabino Gewirtz inventó un juego llamado «Béisbol».

Para alcanzar primera base tenías que cantar correctamente
dos versos en hebreo. Los errores eran eliminaciones.
Un strike por cada tartamudeo o titubeo.

Los chicos dábamos gracias a la benevolencia del rabí,
cómo lograba equilibrar la inmensidad de las palabras
escritas en letras de fuego por el mismísimo Dios

con nuestro simple béisbol, con las cosillas que sabíamos...
O quizás recuerde yo mal, quizás los chicos pensábamos
(no había chicas) que el béisbol era la Ciudad

y que el lenguaje que aprendíamos a base de repetir
–con un poco de atención al significado, de vez en cuando–
era algo pequeño y local. Las Grandes Ligas, la Ciudad.

A uno de los chicos lo mataron pocos años después,
vistiendo el uniforme, a miles de millas de distancia.
Era un muchacho estúpido: las veces que yo hacía de capitán,

si se las arreglaba para llegar hasta primera base,
nunca lo dejaba avanzar dos líneas
para forzar un doble. Hace tantísimo tiempo...

A veces creo que nunca he visto la Ciudad,
que el lugar donde he estado es solo un barrio infame
en el que me convenzo de que estoy en el centro.

O: salvajadas, decapitaciones, ejecuciones en masa,
tropas con órdenes de violar y humillar –las noticias,
los Salmos, las epopeyas–, ¿y si la Ciudad es eso?

Gewirtz, nos contó, significa mercader de especias.
Anís y mejorana para el embalsamamiento de cadáveres,
para conservar o mejorar la comida y la bebida:

la materia de la civilización, como los juegos o los versos.
La otra noche soñé con aquel muchacho,
aquel insensato que murió en la guerra:

acercaba la silla para mirar hacia la pared.
Yo pretendía que leyera del libro de oraciones.
Él no contestaba, no iba a jugar a ese juego.

(Robert Pinsky, Ginza Samba: Poemas escogidos, Vaso Roto, 2014)


(Traducción, A. Catalán)