22 de agosto de 2014

John Ruskin: un poema


LAS COLINAS DE CARRARA

En medio de un valle de hojas florecientes
    donde la vid alarga su raíz sinuosa
y abultada se abate la gavilla otoñal
    y los olivos derraman su atezado fruto,
    y vientos leves, y aguas nunca mudas,
hacen de jóvenes ramas y guijarros límpidos
    un laúd universal.
Y aves vivaces, por el oscuro soto de mirto,
perforan con breves notas, y un plumaje bañado de rocío,
el silencio y la sombra de las sosegadas avenidas.

II

Lejos en la profundidad de cielos sin voz
    donde calmas y frías se esparcen las estrellas,
se alzan los cerros de la pálida Carrara.
    No hay ruido ni tormenta, ni rudo torbellino,
que puedan quebrar su serenidad de mármol solitario;
    los relámpagos carmesí en torno de sus cimas
podrán sostener sus fogosas disputas:
    ni escuchan ni responden; su venturoso descanso
no lo adornan cogollos, ni verdes pastos, ni el aliento
de cosa moviente alguna altera su atmósfera de muerte.

III

Pero más abajo, en un sueño plegado,
    se extienden borrosas formas de vida celestial
de pálidos ceños y ojos vagos, sumidos
    en una dulce paz de sombra somnolienta,
cuyos miembros retorcidos, ataviados de roca,
    descienden como olas blancas sobre el humano pensamiento,
manifestado en sueños intranquilos;
    en sus secretos hogares de deseada duermevela,
se elevan inmortales, hijos del día,
brillando con divinas formas en la tierra, y en su ruina.

IV

Sí, donde los brotes tienen su origen más brillante,
    donde ampliamente reluce un florecer de oro,
allí se desliza la serpiente y se afana el gusano
    y negra la tierra se extiende por debajo.
¡Ah! no pretendas conocer el alma de los hombres;
    que visten con aparentes sonrisas sus baldíos parajes;
las palabras que se toman a broma el infortunio
    despiertan no con menos ligereza, pese al corazón roto,
al corazón burlón, que apenas se atreve confesar
incluso para sí, la fuerza de su propia amargura.
Ni juzgues que aquellos de frías palabras,
    los de frentes oscuras, los de corazón de acero,
con la fuerza acostada, furtiva, solapada,
    de pensamientos que ocultan y punzadas que sienten,
    necesiten de una cavilación en respuesta para romper su sello,
¿quién puede saber qué olas batirán el mar callado,
    bajo el pobre llamamiento
desde costas lejanas, de un viento que no sientes?
Qué sonidos se despertarán dentro de la caracola,
sensible al encanto de quien sabe tocarla.

(John Ruskin)
(Traducción, Andrés Catalán)
(Original, aquí)






PD: En Vaso Roto apareció hace unos meses un estupendo volumen donde Jordi Doce recoge y traduce una selección de sus pensamientos. Aquí.







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